Thursday 10 September 2015

UNA LINEA DE MENTIRAS


Escribo cuando ya el calor de los días deja pensar un poco mejor. Escribo porque hay cosas que decir. Escribo porque soy hijo de la frontera.

Señor Maduro es un usted un payaso. Pero un payaso sin gracia. Lo afirmo sin temor alguno a equivocarme. Porque esa es una verdad tan grande como mentira es el creer que esa línea absurda llamada frontera separa dos pueblos. Como creer que se puede cortar por la mitad una región, que es solo una, poniendo alambre de púas en medio.

Un día nublado de Noviembre de 1949 mientras caía la tarde por detrás de la cordillera oriental colombiana, Don Carlos Julio se sentó en el prado del frente de la finca para mostrarle a los muchachos como se hacían abdominales en el cuartel. En la segunda de las flexiones al levantarse se escuchó un disparo y Don Carlos Julio tiró la vida por la boca junto a la caja de dientes. Lo vio atónito sin entender nada Víctor Jorge, un viejo bueno y sin edad que por aquel entonces no era tan viejo y que fue quién me contó gran parte de esta historia. Lo vió también el hijo mayor de la familia, Rafael, otro viejo bueno y lleno de chistes sin gracia que te hacían partir de risa, que llegaría muchos años después a ser mi tío. Mi madre no era siquiera un proyecto.

Se quedaron helados mientras vieron correr al asesino, entre el monte, con la escopeta en la mano. Muchos años después, Victor Jorge junto a sus miles de explicaciones de porque no debía corretear a las gallinas, me mostraría el árbol de donde salió la bala que cambiaría la historia de mi familia y que de alguna forma la llevaría al sitio y a la forma como yo la conocí. Quizás esa bala me trajo a mí a este mundo.

En medio del caos de la muerte del hacendado a Doña Rosario, su esposa, una mujer menuda y bella que yo llamaba nona, le mandaron razón que tenía que irse. Le dijeron que lo mejor que podía hacer era pensar en sus hijos. Los echaron de sus tierras por liberales. Los echaron sin término de preaviso, ni tregua para la mudanza. Rosario recogió lo que pudo y con sus 5 hijos, desde niños hasta adultos con el bigote apenas asomando, se fue para volver sólo muchos años después. Se fue para cruzar esa frontera imaginaria, esa que nunca existió y que aún hoy con alambre de púas en medio no existe.

En San Antonio la familia comenzó una nueva vida. Una de sacrificio y pobreza. Una en la que entrarían poco a poco personajes hermosos de la historia de mi vida, como mi abuelo, el segundo esposo de Doña Rosario, o mi madre que nacería de esa familia corriendo de las balas en Venezuela, o todos los hijos de mis tíos nacidos en un orden fronterizo caótico, tanto que yo realmente no sé quien nació en un lado u otro del río. Todos de la misma región, todos de la misma familia. Colombianos y venezolanos, allá y acá, con la misma sangre, con los mismos miedos, con las mismas esperanzas e hijos de las mismas circunstancias.

Años después cuando Rafael murió, la susodicha frontera estaba cerrada. En el velorio, un borracho celebre y lúcido, Jorge, hermano de Rafael y mi tío, recordaría en medio de las lágrimas que sin saber y por casualidades absurdas de este mundo, a su hermano le velaban en la casa donde habían llegado corriendo escapando de la violencia.  

A mis abuelos la vida los trajó de vuelta al lado Colombiano de esa línea imaginaria. A mis tíos la vida los dejó al otro lado. A mi hermana y a mí nos hizo colombianos.

Así es la vida de la frontera, somos un solo pueblo, una sola familia, habitantes de una región con una raya en el medio que no entendemos y con la que convivimos desde siempre sin siquiera mirarla. Una raya que hoy con excusas bobaliconas y embelecos de payaso sin gracia el presidente de la vecina y hermana Venezuela mantiene cerrada.

Y no sólo mantiene la frontera cerrada. Sino que se equivoca y se engaña, tanto el ejecutivo venezolano como los cómplices de otros poderes que lo secundan, cuando cree que a los que hecha a patadas de su lado de la línea no son parte de su pueblo. Se equivoca porque todos ellos por ser hijos de la misma latinoamerica, por tener su esperanza y su vida de ese lado de la frontera o simplemente por convivir en ese mundo fronterizo donde yo me crie, son sus hermanos, son parte de esa Venezuela que me vio crecer, de la misma que me acoge con una sonrisa y una polita.

Y además de equivocarse el señor Maduro, además miente. Porque mentir no es lo mismo que equivocarse. Y aun peor, estoy prácticamente seguro de que miente aún a niveles insospechados para su grado de retraso mental (Permítanme esta licencia los discapacitados y les ruego no se sientan insultados por la comparación). Miente en las razones para echar a esa pobre gente de sus ranchos. Miente sobre la situación a lado y lado de la frontera. Miente sobre como se vive hoy en la tierra de mi familia. Y mientras miente ve como se deshace Venezuela poco a poco.

No entraré hoy en las formas del desalojo. No seré gráfico, detesto la pornografía. Bastará con decir, por hoy, que es vergonzoso ver a un ser humano tratar a otro de esa forma.

Recuerde Señor Maduro que somos un solo pueblo, y que como dicen en mi tierra (Quizás también a suya)… más rápido cae un mentiroso que un cojo.

PD. Algunos hechos han sido abreviados u obviados de la historia en virtud de la ligereza de relato. A los protagonistas, todos buenos conocedores de la historia completa les pido la licencia para escribirla así, por ahora.