Thursday 10 September 2015

UNA LINEA DE MENTIRAS


Escribo cuando ya el calor de los días deja pensar un poco mejor. Escribo porque hay cosas que decir. Escribo porque soy hijo de la frontera.

Señor Maduro es un usted un payaso. Pero un payaso sin gracia. Lo afirmo sin temor alguno a equivocarme. Porque esa es una verdad tan grande como mentira es el creer que esa línea absurda llamada frontera separa dos pueblos. Como creer que se puede cortar por la mitad una región, que es solo una, poniendo alambre de púas en medio.

Un día nublado de Noviembre de 1949 mientras caía la tarde por detrás de la cordillera oriental colombiana, Don Carlos Julio se sentó en el prado del frente de la finca para mostrarle a los muchachos como se hacían abdominales en el cuartel. En la segunda de las flexiones al levantarse se escuchó un disparo y Don Carlos Julio tiró la vida por la boca junto a la caja de dientes. Lo vio atónito sin entender nada Víctor Jorge, un viejo bueno y sin edad que por aquel entonces no era tan viejo y que fue quién me contó gran parte de esta historia. Lo vió también el hijo mayor de la familia, Rafael, otro viejo bueno y lleno de chistes sin gracia que te hacían partir de risa, que llegaría muchos años después a ser mi tío. Mi madre no era siquiera un proyecto.

Se quedaron helados mientras vieron correr al asesino, entre el monte, con la escopeta en la mano. Muchos años después, Victor Jorge junto a sus miles de explicaciones de porque no debía corretear a las gallinas, me mostraría el árbol de donde salió la bala que cambiaría la historia de mi familia y que de alguna forma la llevaría al sitio y a la forma como yo la conocí. Quizás esa bala me trajo a mí a este mundo.

En medio del caos de la muerte del hacendado a Doña Rosario, su esposa, una mujer menuda y bella que yo llamaba nona, le mandaron razón que tenía que irse. Le dijeron que lo mejor que podía hacer era pensar en sus hijos. Los echaron de sus tierras por liberales. Los echaron sin término de preaviso, ni tregua para la mudanza. Rosario recogió lo que pudo y con sus 5 hijos, desde niños hasta adultos con el bigote apenas asomando, se fue para volver sólo muchos años después. Se fue para cruzar esa frontera imaginaria, esa que nunca existió y que aún hoy con alambre de púas en medio no existe.

En San Antonio la familia comenzó una nueva vida. Una de sacrificio y pobreza. Una en la que entrarían poco a poco personajes hermosos de la historia de mi vida, como mi abuelo, el segundo esposo de Doña Rosario, o mi madre que nacería de esa familia corriendo de las balas en Venezuela, o todos los hijos de mis tíos nacidos en un orden fronterizo caótico, tanto que yo realmente no sé quien nació en un lado u otro del río. Todos de la misma región, todos de la misma familia. Colombianos y venezolanos, allá y acá, con la misma sangre, con los mismos miedos, con las mismas esperanzas e hijos de las mismas circunstancias.

Años después cuando Rafael murió, la susodicha frontera estaba cerrada. En el velorio, un borracho celebre y lúcido, Jorge, hermano de Rafael y mi tío, recordaría en medio de las lágrimas que sin saber y por casualidades absurdas de este mundo, a su hermano le velaban en la casa donde habían llegado corriendo escapando de la violencia.  

A mis abuelos la vida los trajó de vuelta al lado Colombiano de esa línea imaginaria. A mis tíos la vida los dejó al otro lado. A mi hermana y a mí nos hizo colombianos.

Así es la vida de la frontera, somos un solo pueblo, una sola familia, habitantes de una región con una raya en el medio que no entendemos y con la que convivimos desde siempre sin siquiera mirarla. Una raya que hoy con excusas bobaliconas y embelecos de payaso sin gracia el presidente de la vecina y hermana Venezuela mantiene cerrada.

Y no sólo mantiene la frontera cerrada. Sino que se equivoca y se engaña, tanto el ejecutivo venezolano como los cómplices de otros poderes que lo secundan, cuando cree que a los que hecha a patadas de su lado de la línea no son parte de su pueblo. Se equivoca porque todos ellos por ser hijos de la misma latinoamerica, por tener su esperanza y su vida de ese lado de la frontera o simplemente por convivir en ese mundo fronterizo donde yo me crie, son sus hermanos, son parte de esa Venezuela que me vio crecer, de la misma que me acoge con una sonrisa y una polita.

Y además de equivocarse el señor Maduro, además miente. Porque mentir no es lo mismo que equivocarse. Y aun peor, estoy prácticamente seguro de que miente aún a niveles insospechados para su grado de retraso mental (Permítanme esta licencia los discapacitados y les ruego no se sientan insultados por la comparación). Miente en las razones para echar a esa pobre gente de sus ranchos. Miente sobre la situación a lado y lado de la frontera. Miente sobre como se vive hoy en la tierra de mi familia. Y mientras miente ve como se deshace Venezuela poco a poco.

No entraré hoy en las formas del desalojo. No seré gráfico, detesto la pornografía. Bastará con decir, por hoy, que es vergonzoso ver a un ser humano tratar a otro de esa forma.

Recuerde Señor Maduro que somos un solo pueblo, y que como dicen en mi tierra (Quizás también a suya)… más rápido cae un mentiroso que un cojo.

PD. Algunos hechos han sido abreviados u obviados de la historia en virtud de la ligereza de relato. A los protagonistas, todos buenos conocedores de la historia completa les pido la licencia para escribirla así, por ahora.

Friday 27 June 2014

EL ALMA, EL FUTBOL, EL MUNDIAL, TANTAS COSAS...

Hace 15 minutos por teléfono, hablando con una mujer que tiene la capacidad de hacer desparecer el mundo circundante, intenté responder una pregunta: Julian, que hacemos si Colombia gana el mundial, tenemos que hacer algo salvaje no?

Y la verdad no lo sé. Escribo cuando tan solo estamos en octavos y no sé si pasaremos de allí. Escribo con la emoción en el cuerpo de un hincha que ha visto esta selección ganar y perder, ir a mundiales y no clasificar a ellos. Escribe un Colombiano que recuerda los mundiales con un sabor agridulce. Escribe el nieto de un viejo pirata que se murió celebrando un gol de Colombia. Escribe el hermano de  un hincha furibundo que se nos fue sin siquiera imaginarse que íbamos a terminar una primera ronda con 9 puntos, goleando y jugando con suplentes. Escribe un descreído que se encontró de frente con una pregunta que tiene por lo menos dos respuestas.

He de decir antes de iniciar mis argumentos llenos de falencias y arbitrariedades que no soy un teórico del balompié, soy un simple hincha con un par de datos que quiere darle una explicación a lo que está ocurriendo.

Unos meses atrás leía en el País un reportaje de un escritor ignoto del cual no recuerdo el nombre, ni el rostro, pero del que recuerdo un par de frases que creo son relevantes para lo que le está pasando a esta selección. Aquel escritor comentaba que se había ido de España para Nueva York queriendo escribir como Hemingway, como Faulkner, quería ser un novelista americano y triunfar en la gran escena. Para su desgracia, o para su fortuna, estando allí, caminando el mundo, se dio cuenta de un hecho inapelable, se dio cuenta de que era Español y que no podía ser otra cosa. Se tuvo que ir para encontrar su voz, la de dentro, la de sus muertos.  Esa voz no era nada más que española.

Muchos de los grandes emigraron y encontraron mirando desde fuera eso que les hacía Colombianos. Yo mismo siendo nada más que un entusiasta de los aviones me miré al espejo después de años de vivir fuera y reconocí que lo realmente especial que llevaba en mi maleta tenía esos tres colores y olía a la cocina de mi abuela. No se puede ser más que eso. No se necesita tampoco nada más.

Me planteé seriamente si podríamos ganar un mundial de fútbol. Esa es la primera pregunta. Y la respuesta me asusto. Por qué ahora esa idea que parecía temeraria, inclusive arrogante, era lícita? Por qué después de tener muchos equipos e infinitos buenos jugadores este equipo es diferente? Yo le di una explicación que aquellos que lean esta pequeña columna juzgarán si les parece adecuada o no.

Esta selección Colombia es diferente porque encontró una voz. Porque no quieren ser ni Ingleses ni Alemanes ni Italianos. Esta selección es diferente porque no podrían ser otra cosa que la selección de ese pedazo de trópico entre dos mares cruzada por montañas que alguien decidió llamar Colombia. Esta selección es como el país mismo. Es un hecho irrefutable que se hace evidente cuando les ves celebrar los goles. Esta selección celebra bailando como se celebra en Colombia, juega bailando, riendo, con el desparpajo y la laboriosidad de nuestros pueblos. Esta selección es un conjunto infinito de razas en la que los blancos, los indígenas, los árabes, los negros y sus mezclas se abrazan y sudan juntos y mueren juntos y bailan juntos. Esta selección tiene alma y juega con ella.

A esta selección se le ocurrió la colombiana idea de volver a tener un 10 que arme. De tener laterales pequeños y ofensivos. De tener a un negro de rastas que mueva la bola al compas de la champeta. De tener un medio campo que sabe lo que es el esfuerzo y el sacrificio, el día a día, la lúcida realidad de aquellos que saben que en Colombia cuando dejas de nadar te ahogas. A esta selección no le miedo ganar y se le nota. A esta selección no le da miedo verse al espejo y saberse mestiza, salsera, champetera, pescadora, montañera. A esta selección no le pesan los años de fracasos o la pobreza o el hambre. A estos muchachos todo eso les hace fuertes, lo convierten en movimiento de balón, en fútbol, en ese de baile de 11 que es religión los Domingos en mi tierra.

Esta selección mueve la bola por el campo como se mueven los pies en una pista de baile un sábado por la noche en Cartagena o en Bogotá o en Cúcuta. Porque no importa cuanto sepas de ópera moderna alemana, si eres colombiano y vas caminando por la calle y suena una buena salsa se te sube por el alma y te desarma. Como diría el filosofo moderno, por debajo de la falda.

No sé si ganaremos. No me importa y no quiero subirme al carro de los que ganan sin haber jugado. Tampoco quiero las celebraciones fáciles a toro pasado. Solo sé que un equipo con voz, un equipo que representa su pueblo, su raza, su gente, no importa cuantos goles meta ni a que fase llegué, ese equipo ya gano.  Ese es el equipo que mi abuelo y mis amigos y yo soñamos cada vez que jugábamos un picadito de fútbol en la calle.

En la voz de Gabito: Muchos años después, frente a la pantalla del computador, este humilde servidor recordó el día que su abuelo le mostró por primera vez un partido de fútbol en un televisor a blanco y negro.

PD1. Y la segunda respuesta: Si mujer, no sé que vayamos a hacer pero lo que hagamos lo haremos al ritmo de tamboras y gaitas y acordeones. Al ritmo de la tierra del olvido. A la colombiana. En grande


PD2. Gracias por los tangos Pekerman. Gracias por ser el espejo que necesitaba este equipo para saberse con identidad, para sentirse Colombiano.

Sunday 20 April 2014

ADIOS GABO, BUEN VIAJE

Hace un par de años, lejos de casa, tan lejos que esta pregunta tenía sentido de verdad,  me pregunto alguien sobre que libro de Gabo era mi preferido. Yo sin pensar un nanosegundo le respondí: El amor en los tiempos del cólera. Ya sabía yo la contrapregunta que vendría a continuación… Y cien años de soledad? One Hundred years of solitude?. Me encanta lo cacófonica que suena esa frase en inglés.

Cien años de soledad. Es el único libro que puedo decir que sin ser mi favorito, lo abro con un ligero temblor en las manos, con el miedo que le tendríamos todos a un espejo que nos dijese la verdad. Y eso es algo que no podría entender alguien que no sea colombiano. Cien años de soledad rasga unas fibras tremendamente primitivas dentro de nuestro imaginario. Ese libro fue escrito, quizás a propósito, quizás no, para tocar unos acordes que mueven lo más profundo de lo que nos identifica como pueblo… Cien años de soledad es la historia de Colombia, es nuestra historia, es también la mía. Es la historia de esos pueblos calientes como en el que yo crecí, plagados de mitos y de guerras y de coroneles y de curas y de espantos y de masacres y de soledad...

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano  Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas…”

Por alguna razón cada vez que abro la primera página de una edición muy linda que me regalaron unos amigos precisamente en Inglaterra y leo esa frase, no puedo dejar de pensar en mi abuelo y las calles polvorientas de Cúcuta. Y se me abre un agujero por dentro. No puedo dejar de ver los muebles de la cocina de mi abuela y los perros y el lavadero y el olor a café endulzado con panela. O recordar las fiestas colosales de los Cucuteños, el animismo, los cuentos de gestas, las guerras en el noticiero, la música incesante, los tíos borrachos, las guitarras en las sillas, los amores imposibles, las infidelidades de puertas abiertas.

Gabriel García Marquez se encargo de escribir cosas que todos los colombianos sabemos muy adentro que son ciertas e hizo que afuera creyeran que eran ficción. Todo el mundo sabe que de amor la gente se enferma y que los enamorados se suicidan con sales de oro y que al abrirles el corazón lo tienen lleno de tierra. Todo el mundo sabe que hubo una Mama grande y que en las Bananeras mataron miles de personas y las subieron en trenes para tirarlas al mar. Todo el mundo sabe que Francisco el hombre existió y que el diablo se pasea a Caballo en las noches silenciosas por los pueblos colombianos. Todo el mundo sabe que se puede hacer fortuna en los gallos y que con un vallenato se puede ahogar cualquier pena.

Se murió Gabo y como siempre en Colombia no podemos ponernos de acuerdo de si era rojo, azul o blanco. No sabemos si enterrarlo hacia la izquierda o mirando al Norte. No sabemos si es políticamente correcto expresar nuestro pesar o callarnos la boca por miedo a la censura. El no lo pudo escribir mejor. Seguimos siendo un pueblo que olvida, un pueblo amnésico y que no es capaz de verse en un espejo.

Gabo creyó en su momento en una idea política que se convirtió en un monstruo. Una idea que en su tiempo tenía su razón de ser y que hoy por hoy es censurable de muchas maneras. Pero eso no tiene nada que ver con su literatura. No tiene nada que ver con la forma en que sin separarse un ápice de su pueblo, de sus raíces, le mostró al mundo de muchas formas lo que significa ser Colombiano. Eso no tiene nada que ver con el hecho de que es el único Colombiano que se ha ganado un Nobel (Ya vendrá a decirme alguien sobre lo politizado que es esto pero no me importa) y lo recibió en Liquiliqui carajo. Eso no tiene nada que ver con el orgullo que deberíamos sentir de que cada vez que alguien se acuerde de Colombia tenga sin remedio que pensar en el río Magdalena o en los Buendía o en los amores febriles de Florentino Ariza.


Hoy sin colores deberíamos estar todos llorando a Gabo. A Gabito. Hoy deberíamos llorar en silencio y sin visos políticos la muerte de un compatriota con mayúsculas. Hoy están de luto las letras colombianos y latinoamericanas. Deberíamos recordar que un pueblo con voz, un pueblo que recuerda, un pueblo que lee y escribe nunca estará condenado a cien años de soledad.

Tuesday 8 April 2014

UN PROBLEMA MATEMATICO ALEJANDRA

Hace un par de días leí una columna que se publicó dentro de un blog de Soho y sobre la cual ha habido ya múltiples respuestas, entre ellas algunas de gente que quiero y admiro como la periodista Mary Stapper, amiga de mi casa y madrina de todos los que escribimos alguna palabra en la frontera. Es esto entonces una opinión personal y solo la voz de quien escribe.

Empezaré por las aclaraciones y las advertencias. Me dirigiré a usted como Alejandra, tomándome la licencia quizás muy cucuteña de llamarla por su nombre, porque no sé ni su estado civil ni académico y porque esto sí es muy cucuteño: llamar las personas por su nombre y sin tapujos. También quiero aclarar que no me voy a ahogar en tecnicismos porque considero que el tono de su escrito es visceral y perderíamos el tiempo discutiendo en idiomas diferentes.  Por tanto, voy a hacer caso omiso de aquel adagio que se atribuye a George Carlin y que podría ser una adaptación de una frase de Mark Twain: “Nunca discutas con un imbécil, te arrastrará a su nivel y allí te ganará por experiencia”.

Aunque dije que no voy a ahondar en tecnicismos, si quisiera aclarar un concepto muy básico y es el  de promedio. El promedio es una noción matemática que indica la suma de los elementos de un conjunto dividido por el número de sus componentes. Eso si hablamos de términos cuantificables. En su caso, creo que se refería a cosas cualificables y es probable Alejandra que usted se refiriera a moda, es decir la cualidad más frecuente en una población. Me perdonará que le hable en términos tan básicos pero por su forma de escribir y por el tipo de publicación que la endosa intuyo que no entiende muy bien estos conceptos y que su utilización de la palabra promedio sea errónea.

Me permitiré algunas licencias literarias y empiezo por suponer que no es usted de Cúcuta. Yo si soy cucuteño, me críe en el barrio Quinta Oriental y estudie en el colegio Calasanz. Esto para aclararle que no escribo con intermediarios, ni adaptando estereotipos televisivos. Y dicho sea de paso, para borrar toda sospecha de sesgo de clase. Soy un cucuteño normal y corriente, de clase media, de tez morena, de esos que se ponen medio verdes cuando el calor arrecia en la ciudad que me vio nacer.

Y empezaré por desmontar la frase que quizás veo más falaz y que para que voy a ocultarlo me dolió más de su edificante escrito y le cito: “aunque unos optaron por la academia, los más característicos son  los que no pisaron la universidad, viven en casas estrato 5 y se hacen llamar “comerciantes”. Cabe resaltar que esa especie se extingue de a pocos, por los incesantes homicidios y capturas”. 

Y como la ignorancia no es un pecado empezare por contarle un par de cosas que quizás usted desconozca. Cúcuta contó durante muchos años con una de las Universidades públicas más prestantes de Colombia, destacada por sus facultades de Ingeniería y apreciada en todo Colombia y aún fuera de ella, de la cual mi madre fue casi toda su vida docente. Ese centro no sólo educo cucuteños sino que hizo asequible educación de calidad a miles de estudiantes de todo nuestro departamento y aún de fuera. Los colegios de calendario A del área urbana de Cúcuta y aún colegios de estratos más desfavorecidos como el Calasanz Juan Atalaya han sido siempre destacados en las pruebas de calidad y de estado. 

Y para no darle datos ambiguos y etéreos como los suyos le puedo decir sin temor a equivocarme que no la mayoría, ni un porcentaje, TODOS y lealo bien despacio, TODOS, mis compañeros y amigos de infancia pisaron la Universidad y no sólo la pisaron, terminaron y la gran mayoría cursaron estudios de postgrado y ahora cumplen funciones de responsabilidad en sitios dentro y fuera del país. No quisiera entrar en la fanfarronada de contarle el curriculum de mis amigos o el mío pero podríamos dejarlo simple y llanamente en que se equivoca usted Alejandra tajantemente.

También erra por un desconocimiento de la realidad del país. El promedio vive en casas estrato 5? No se equivoque Alejandra esto no es la Suiza traqueta. La mayoría de los cucuteños, como la mayoría de los colombianos salen todos los días a luchar contra la pobreza y la desigualdad. En un país donde más de dos tercios de la población gana menos de cuatro salarios mínimos es no solamente insultante sino vulgar identificar un pueblo entero con una clase acaudalada de dineros mal habidos.

El cucuteño come comida típica como tradición y disciplina y si no, la invito de la forma más abierta a que intente conseguir mute un domingo en los sitios donde lo venden. En mi tierra se como sancocho los sábados y se comen pasteles de garbanzo con picante en cualquier ocasión. Come pasteles el gobernador y el que cuida los carros, se comen pasteles en el recreo en los colegios y para celebrar grados. El pastel mi querida Alejandra es parte integral de nuestra cultura y endilgar la reinvindicación de la comida típica por fuera como acto de fanfarronería es también un craso error.

Que se come en McDonalds? Quizás. Yo creo lo contrario. En Cúcuta las franquicias de comidas rápidas han fracasado rotunda y repetitivamente, tanto que hasta hace unos pocos años no había ni un Mc Donalds. Aún ahora en una ciudad de casi un millón de habitantes sólo hay uno. No sé si usted algúna vez salió del país Alejandra pero estamos hablando de una ciudad casi del porte de Barcelona y tiene UN Mcdonalds que sobrevive. Haga usted cuentas. Perdón, que no sabe usted hacer cuentas.

Que todos hemos cometido algún delito? Esa frase ni la voy a tener en cuenta porque la considero producto del más infantil de los caprichos porque tomársela en serio sería considerarla un insulto. 

Qué pasamos la frontera y nos mimetizamos? Que consideramos riqueza comprar una kolita y comernos una tostada? Le voy a decir que es riqueza mi estimada Alejandra: riqueza es vivir en una frontera viva en la que en medio de las diferencias nuestro pueblos han afrontado la adversidad y las líneas divisorias de la mano. Porque todo cucuteño tiene familia al otro lado y viceversa, porque Latinoamerica es un solo pueblo y esas líneas absurdas son sólo inventos que los cucuteños hemos sabido llevar a nuestra manera.

No pienso sentarme a debatir todas las cosas tan tremedamente documentadas que escribió porque sino esto sería una diatriba interminable, pero quiero terminar por decirle que Cúcuta es una región que tiene que visitar. El cucuteño como estereotipo no es perfecto, claro que no, es dicharachero, tomador de pelo, gritón y peleón. Pero mi estimada Alejandra el cucuteño es un luchador, usualmente consciente de su entorno. Es un emprendedor, es migrante, es un calentano que se enfrenta con sus manos y sus herramientas a la realidad de su país, de su frontera, de sus dificultades. El cucuteño es gente como yo que con la cabeza bien alto le dice a gente como usted que desde Bogotá escribe ignorantes estereotipos que no le identifican.
Cúcuta soy yo y mi abuelo y las oportunidades y muchas cosas que usted nunca entenderá si la ignorancia no le deja de cubrir los ojos

PD. Me tomó la licencia de reproducir un link a su blog

Monday 10 March 2014

DE VUELTA. COMO SI NO ME HUBIERA IDO

Hace 7 años exactamente que no cuento nada... por lo menos acá. No se cuento he vivido. Quizás 7 años, quizás menos, quizás más.

Y este mundo que el tiempo le pasa tanto como a mí parece sin embargo no haber entendido nada, no recordar nada. Podría estar horas escribiendo y contando las mil razones por las cuales tendríamos que sentarnos a pensar, más de un minuto hoy. A Colombia se le olvidan las lágrimas y la sangre, y los crímenes impunes y el vaciamiento rampante de las arcas. No parece importarnos que esos que van a hacer las leyes otra vez son tan asesinos como los otros. Que se mata con un fusil, y con un hospital sin recursos, y sin políticas de saneamiento básico, y sin libertades, y sin educación… En este país mis queridos amigos también nos morimos de olvido.

Al otro lado de la frontera en la patria de mi madre se vive también del olvido de los errores de especímenes de igual estirpe pero diferente trapo. Uno de los países mas bellos que he pisado nunca, se debate en una crisis de supervivencia. A muchos de ellos también se les había olvidado cuando votaron las verdades de ese gobierno de trapos rojos y corazón azul.


Y como no me quiero sentar a hacer un análisis sociológico de las políticas, y las guerras y la frustración de ver que pasa el tiempo pero nos seguimos olvidando, decido dejarlos con un par de versos. Unos que creo que hoy quizás son más sonoros.

PARA UN FUNERAL

A los muertos una vela,
Que se hace de noche pronto
Que te vas y los perros ladran
Que te vas y la luz se apaga
Y no queda nada… nada de nada

A los muertos una vela
Que alcanza solo para una
Anda escoge… una vela o una lagrima
Que la tristeza también es pobre
Que anda buscándote entre las sabanas
Que si se llora no se come
En este reino de Granada

A los muertos una vela
Y ni una triste parada, ni un puñado de tierra
Ni un remordimiento en el alma
Que muertos están y no caminan
Y en el monte ni huelen ni se les extraña

A los muertos una vela, y si se puede otra bala
Que no hablen en voz alta
Ni señalen al procer ni al santo
Ni a nosotros que la vergüenza nos espanta
en silencio están mejor, los muertos y las velas
que aquí el que habla es un muerto y aún más aquel que calla

Que no nos toque ponerles letreros a las cosas como en Macondo. Yo de todas formas los iré escribiendo, de a pocos... 

Thursday 24 May 2007

Hay que revaluar el muerto en Colombia



Creo que como todo buen Colombiano en el exterior, es aquí en este país caucásico oscuro y demasiado educado, donde leo más las noticias del país. Todos los días me conecto en la mañana con Caracol radio y leo las agencias de noticias oficiales, no-oficiales, sanctas y non-sanctas.

Y es que las reacciones ante el maremagnum informativo Colombiano pueden ser dispares y confusas a ojos de cualquier ser humano no nacido en el país del Sagrado Corazón. Cómo explicar que uno puede pasar de la histeria, al llanto en 30 segundos tan sólo escuchando el noticiero de la mañana?

Esta pequeña introducción deshilachada y mal cocida va a que hay una noticia que me ha llamado la atención los últimos días. El gobierno Nacional en cabeza de sus genios, brujos, militares y economistas que osan llamar “panfletos” a documentos serios escritos por gente con títulos que ellos ni siquiera han soñado tener, esta empecinado y peleando como gato boca arriba para ver como logra subir unos pesitos el dólar. Y como dice el comediante “no hay poder humano”.

Yo me pregunto si no habría que revaluar otras cositas como más importantes antes que el dólar. No es que la agencia editorial de este blog intermitente, inconstante y paradójicamente mal escrito crea que el dólar no es importante para la economía nacional. Más bien la tesis es que duele ver que se hace mucho más importante que cosas inmensamente tristes que suceden en el país pero que no tocan a tanto empresario y tanto capital como nuestro amiguito de Washington.

Por eso lanzo la propuesta de que en Colombia debería REVALUARSE EL MUERTO. Voy a explicar porque.

A pesar de que una de las primeras cosas que aprende un niño colombiano es que a uno lo pueden matar en cualquier esquina, yo tuve contacto por primera vez, personal y directo, con esa cultura de la muerte cuando ya era un poco más grandecito. Mientras hacía el rural atendí reinsertados, combatientes y sicarios, que por distintas circunstancias pasaban por los servicios de salud cualquier noche roja de los Santanderes o Bogotá.

Allí supe que uno podía pagar un “muñeco” por 6000 pesos en el centro de Bogotá, claro esta si ponía la bala. Salía un poco más caro si no se subsidiaba la indumentaria de trabajo. También allí vi con horror lo poco que vale la vida de los demás en el país, los que matan, los que salen a morirse, los muertos, todos en general podían ponerle un precio a la cabeza de otro ser humano. Suma que bien sea grande o pequeña no dejaba de asombrarme y parecerme obscena.

Hace unos días escuchaba a alguien desde Colombia entregándome las pruebas fehacientes de que los paramilitares en el país “no eran tan malos”. Según este personaje, que es por más no decir tan sólo un empresario batracio y de poca monta. La ventaja es que con los paramilitares si se podía “hacer negocio” “si dejan contratar”. Es decir que al final de cuentas los muertos también allí tenían un precio.

Entonces el precio de la vida de un ser humano en Colombia no es sólo el valor nominal que alguien esta dispuesto a pagar, no son los 300 pesos o el paquete de cigarros que se puedan exigir por la cabeza de un inocente. Es el valor que tiene la vida en el ideario colectivo de nuestros compatriotas.

Si hacemos cuentas para este señor un contrato de 40 milloncitos valen 10000 muertos, eso da a 4000 pesos el cadáver. Lo mismo para todos los demás ciegos tristes de mi país, quienes cambiaron muerte, tortura y barbarie por poder ir a la playa, sembrar una hectárea más de papa o quitarse de encima la ladilla de los que con hambre extendían la mano para pedir ayuda. En Cúcuta ya no hay indigentes.

Mientras todos se desvelan pensando si los verdes del Norte mañana van a valer 7 putos pesos más. Allá afuera el silencio mudo por los muertos de los campos corroe poco a poco el alma de los responsables directos y por omisión.

Quisiera morirme un día en el que una sola vida en mi país, valiera todo el tesoro nacional, todas las lágrimas de mis compatriotas, todo el pesar de mis vecinos de naufrago. Por eso de ahora en adelante preguntaré cada mañana a cuanto esta el muerto en Colombia para poder decidir que día gastar mis buenos ahorros de años de caminar, trabajar y creer en este país sordo que no quiere entender.

PD1 Se perdió una (1) niña inglesa y ya hay hasta un charity dedicado a tratar de encontrarla. En todos los partidos de fútbol la gente la llora. A mi ya se me están secando los ojos, no alcanza para 10000

PD2 No sabía que la banda francotiradores se había acabado. Que tristeza. Será que andaban hablando mucho? Ahí les dejo un video sobre la crisis hospitalaria.

Tuesday 24 April 2007

Impotencia, tristeza, muerte

Hoy me senté a leer el Tiempo y las noticias me trastornaron el día. Se me revolvieron los muertos en la barriga, y se me devolvieron un poquito. Me quede con un sabor verdoso de fosa común entre el paladar y la lengua.

Hoy se me volvieron a aguar los ojos después de muchos meses por el país y por primera vez agradecí que este mundo haya borrado a mi abuelo antes de ver todo lo que el periódico publico.

No es que eso sea nuevo, no es que la última vez que fui a Cúcuta mi hermana no me hubiera dicho que no saliera mucho de noche y que no fumará mis peches porque le daban solución corta al sufrimiento de mi vida. Hace cuanto que en el campo toca pedirle permiso a estos desgraciados para sembrar una yuca o simplemente para ser feliz? Hace cuanto que vemos nuestra tierra resentirse y morir conteniendo la podredumbre de un pueblo al que entierran con las manos a la espalda y los ojos vendados?

Allá afuera las humaredas no dan abasto para quemar los malos recuerdos de la complicidad y la negligencia. Los militares salen a decir que no sabían nada, cuando todo el mundo en las zonas rurales los vio patrullando junto con los asesinos y trabajando con ellos. Colombia se revuelca y las señoras de la alta sociedad tapan la mierda con las enaguas. No dan abasto los ríos para tragarse los muertos, ni las retroexcavadoras para triturar los huesos. Fueron tanto los ceros de los dólares que contaron que se les salieron de las pantallas y ya no los pueden tapar. Se les acabaron las manos para contener el tierrero.

Este país bello en el que nací, viví y me quiero morir no pudo contener más la náusea, y vómito, purgo, abrió su gigante boca, se dobló, lagrimeo y perplejo se quedo frente al charco asqueado. En frente tenía los cuerpos de 10000 colombianos mutilados, en frente tenía sus propias entrañas que lo señalaban.

Este es mi blog y voy a decir algo que pienso sin miedo a que me censuren. Las torturas, las muertes, las desapariciones, los entrenamientos con gente inocente, el método desalmado y metódico de muerte, la corrupción y la participación inequívoca en el gobierno de los paramilitares no son más que una gran MIERDA. Un charco de excremento en el que todos los Colombianos nos ahogamos sin siquiera patalear.

No puede haber indulto. Estos crímenes deben ser juzgados por un tribunal internacional. Estos no son crímenes normales, pasaron hace mucho rato el límite de la crueldad. Esto es lo más triste y doloroso de la naturaleza humana.

Vergüenza, vergüenza de que no hemos dicho nada, que lo aguantamos sin replicar. Sería aun más vergonzoso no decir nada ahora. Escucho propuestas, para marchar, para decir afuera esta verdad a gritos que nos duele. Aquí en Inglaterra, allá en Colombia, donde sea, como sea, sin armas. El silencio es un pecado imperdonable.

Dolor por mi país, un sentimiento de angustia y rabia con él que no sé que hacer.