Sunday 20 April 2014

ADIOS GABO, BUEN VIAJE

Hace un par de años, lejos de casa, tan lejos que esta pregunta tenía sentido de verdad,  me pregunto alguien sobre que libro de Gabo era mi preferido. Yo sin pensar un nanosegundo le respondí: El amor en los tiempos del cólera. Ya sabía yo la contrapregunta que vendría a continuación… Y cien años de soledad? One Hundred years of solitude?. Me encanta lo cacófonica que suena esa frase en inglés.

Cien años de soledad. Es el único libro que puedo decir que sin ser mi favorito, lo abro con un ligero temblor en las manos, con el miedo que le tendríamos todos a un espejo que nos dijese la verdad. Y eso es algo que no podría entender alguien que no sea colombiano. Cien años de soledad rasga unas fibras tremendamente primitivas dentro de nuestro imaginario. Ese libro fue escrito, quizás a propósito, quizás no, para tocar unos acordes que mueven lo más profundo de lo que nos identifica como pueblo… Cien años de soledad es la historia de Colombia, es nuestra historia, es también la mía. Es la historia de esos pueblos calientes como en el que yo crecí, plagados de mitos y de guerras y de coroneles y de curas y de espantos y de masacres y de soledad...

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano  Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas…”

Por alguna razón cada vez que abro la primera página de una edición muy linda que me regalaron unos amigos precisamente en Inglaterra y leo esa frase, no puedo dejar de pensar en mi abuelo y las calles polvorientas de Cúcuta. Y se me abre un agujero por dentro. No puedo dejar de ver los muebles de la cocina de mi abuela y los perros y el lavadero y el olor a café endulzado con panela. O recordar las fiestas colosales de los Cucuteños, el animismo, los cuentos de gestas, las guerras en el noticiero, la música incesante, los tíos borrachos, las guitarras en las sillas, los amores imposibles, las infidelidades de puertas abiertas.

Gabriel García Marquez se encargo de escribir cosas que todos los colombianos sabemos muy adentro que son ciertas e hizo que afuera creyeran que eran ficción. Todo el mundo sabe que de amor la gente se enferma y que los enamorados se suicidan con sales de oro y que al abrirles el corazón lo tienen lleno de tierra. Todo el mundo sabe que hubo una Mama grande y que en las Bananeras mataron miles de personas y las subieron en trenes para tirarlas al mar. Todo el mundo sabe que Francisco el hombre existió y que el diablo se pasea a Caballo en las noches silenciosas por los pueblos colombianos. Todo el mundo sabe que se puede hacer fortuna en los gallos y que con un vallenato se puede ahogar cualquier pena.

Se murió Gabo y como siempre en Colombia no podemos ponernos de acuerdo de si era rojo, azul o blanco. No sabemos si enterrarlo hacia la izquierda o mirando al Norte. No sabemos si es políticamente correcto expresar nuestro pesar o callarnos la boca por miedo a la censura. El no lo pudo escribir mejor. Seguimos siendo un pueblo que olvida, un pueblo amnésico y que no es capaz de verse en un espejo.

Gabo creyó en su momento en una idea política que se convirtió en un monstruo. Una idea que en su tiempo tenía su razón de ser y que hoy por hoy es censurable de muchas maneras. Pero eso no tiene nada que ver con su literatura. No tiene nada que ver con la forma en que sin separarse un ápice de su pueblo, de sus raíces, le mostró al mundo de muchas formas lo que significa ser Colombiano. Eso no tiene nada que ver con el hecho de que es el único Colombiano que se ha ganado un Nobel (Ya vendrá a decirme alguien sobre lo politizado que es esto pero no me importa) y lo recibió en Liquiliqui carajo. Eso no tiene nada que ver con el orgullo que deberíamos sentir de que cada vez que alguien se acuerde de Colombia tenga sin remedio que pensar en el río Magdalena o en los Buendía o en los amores febriles de Florentino Ariza.


Hoy sin colores deberíamos estar todos llorando a Gabo. A Gabito. Hoy deberíamos llorar en silencio y sin visos políticos la muerte de un compatriota con mayúsculas. Hoy están de luto las letras colombianos y latinoamericanas. Deberíamos recordar que un pueblo con voz, un pueblo que recuerda, un pueblo que lee y escribe nunca estará condenado a cien años de soledad.

Tuesday 8 April 2014

UN PROBLEMA MATEMATICO ALEJANDRA

Hace un par de días leí una columna que se publicó dentro de un blog de Soho y sobre la cual ha habido ya múltiples respuestas, entre ellas algunas de gente que quiero y admiro como la periodista Mary Stapper, amiga de mi casa y madrina de todos los que escribimos alguna palabra en la frontera. Es esto entonces una opinión personal y solo la voz de quien escribe.

Empezaré por las aclaraciones y las advertencias. Me dirigiré a usted como Alejandra, tomándome la licencia quizás muy cucuteña de llamarla por su nombre, porque no sé ni su estado civil ni académico y porque esto sí es muy cucuteño: llamar las personas por su nombre y sin tapujos. También quiero aclarar que no me voy a ahogar en tecnicismos porque considero que el tono de su escrito es visceral y perderíamos el tiempo discutiendo en idiomas diferentes.  Por tanto, voy a hacer caso omiso de aquel adagio que se atribuye a George Carlin y que podría ser una adaptación de una frase de Mark Twain: “Nunca discutas con un imbécil, te arrastrará a su nivel y allí te ganará por experiencia”.

Aunque dije que no voy a ahondar en tecnicismos, si quisiera aclarar un concepto muy básico y es el  de promedio. El promedio es una noción matemática que indica la suma de los elementos de un conjunto dividido por el número de sus componentes. Eso si hablamos de términos cuantificables. En su caso, creo que se refería a cosas cualificables y es probable Alejandra que usted se refiriera a moda, es decir la cualidad más frecuente en una población. Me perdonará que le hable en términos tan básicos pero por su forma de escribir y por el tipo de publicación que la endosa intuyo que no entiende muy bien estos conceptos y que su utilización de la palabra promedio sea errónea.

Me permitiré algunas licencias literarias y empiezo por suponer que no es usted de Cúcuta. Yo si soy cucuteño, me críe en el barrio Quinta Oriental y estudie en el colegio Calasanz. Esto para aclararle que no escribo con intermediarios, ni adaptando estereotipos televisivos. Y dicho sea de paso, para borrar toda sospecha de sesgo de clase. Soy un cucuteño normal y corriente, de clase media, de tez morena, de esos que se ponen medio verdes cuando el calor arrecia en la ciudad que me vio nacer.

Y empezaré por desmontar la frase que quizás veo más falaz y que para que voy a ocultarlo me dolió más de su edificante escrito y le cito: “aunque unos optaron por la academia, los más característicos son  los que no pisaron la universidad, viven en casas estrato 5 y se hacen llamar “comerciantes”. Cabe resaltar que esa especie se extingue de a pocos, por los incesantes homicidios y capturas”. 

Y como la ignorancia no es un pecado empezare por contarle un par de cosas que quizás usted desconozca. Cúcuta contó durante muchos años con una de las Universidades públicas más prestantes de Colombia, destacada por sus facultades de Ingeniería y apreciada en todo Colombia y aún fuera de ella, de la cual mi madre fue casi toda su vida docente. Ese centro no sólo educo cucuteños sino que hizo asequible educación de calidad a miles de estudiantes de todo nuestro departamento y aún de fuera. Los colegios de calendario A del área urbana de Cúcuta y aún colegios de estratos más desfavorecidos como el Calasanz Juan Atalaya han sido siempre destacados en las pruebas de calidad y de estado. 

Y para no darle datos ambiguos y etéreos como los suyos le puedo decir sin temor a equivocarme que no la mayoría, ni un porcentaje, TODOS y lealo bien despacio, TODOS, mis compañeros y amigos de infancia pisaron la Universidad y no sólo la pisaron, terminaron y la gran mayoría cursaron estudios de postgrado y ahora cumplen funciones de responsabilidad en sitios dentro y fuera del país. No quisiera entrar en la fanfarronada de contarle el curriculum de mis amigos o el mío pero podríamos dejarlo simple y llanamente en que se equivoca usted Alejandra tajantemente.

También erra por un desconocimiento de la realidad del país. El promedio vive en casas estrato 5? No se equivoque Alejandra esto no es la Suiza traqueta. La mayoría de los cucuteños, como la mayoría de los colombianos salen todos los días a luchar contra la pobreza y la desigualdad. En un país donde más de dos tercios de la población gana menos de cuatro salarios mínimos es no solamente insultante sino vulgar identificar un pueblo entero con una clase acaudalada de dineros mal habidos.

El cucuteño come comida típica como tradición y disciplina y si no, la invito de la forma más abierta a que intente conseguir mute un domingo en los sitios donde lo venden. En mi tierra se como sancocho los sábados y se comen pasteles de garbanzo con picante en cualquier ocasión. Come pasteles el gobernador y el que cuida los carros, se comen pasteles en el recreo en los colegios y para celebrar grados. El pastel mi querida Alejandra es parte integral de nuestra cultura y endilgar la reinvindicación de la comida típica por fuera como acto de fanfarronería es también un craso error.

Que se come en McDonalds? Quizás. Yo creo lo contrario. En Cúcuta las franquicias de comidas rápidas han fracasado rotunda y repetitivamente, tanto que hasta hace unos pocos años no había ni un Mc Donalds. Aún ahora en una ciudad de casi un millón de habitantes sólo hay uno. No sé si usted algúna vez salió del país Alejandra pero estamos hablando de una ciudad casi del porte de Barcelona y tiene UN Mcdonalds que sobrevive. Haga usted cuentas. Perdón, que no sabe usted hacer cuentas.

Que todos hemos cometido algún delito? Esa frase ni la voy a tener en cuenta porque la considero producto del más infantil de los caprichos porque tomársela en serio sería considerarla un insulto. 

Qué pasamos la frontera y nos mimetizamos? Que consideramos riqueza comprar una kolita y comernos una tostada? Le voy a decir que es riqueza mi estimada Alejandra: riqueza es vivir en una frontera viva en la que en medio de las diferencias nuestro pueblos han afrontado la adversidad y las líneas divisorias de la mano. Porque todo cucuteño tiene familia al otro lado y viceversa, porque Latinoamerica es un solo pueblo y esas líneas absurdas son sólo inventos que los cucuteños hemos sabido llevar a nuestra manera.

No pienso sentarme a debatir todas las cosas tan tremedamente documentadas que escribió porque sino esto sería una diatriba interminable, pero quiero terminar por decirle que Cúcuta es una región que tiene que visitar. El cucuteño como estereotipo no es perfecto, claro que no, es dicharachero, tomador de pelo, gritón y peleón. Pero mi estimada Alejandra el cucuteño es un luchador, usualmente consciente de su entorno. Es un emprendedor, es migrante, es un calentano que se enfrenta con sus manos y sus herramientas a la realidad de su país, de su frontera, de sus dificultades. El cucuteño es gente como yo que con la cabeza bien alto le dice a gente como usted que desde Bogotá escribe ignorantes estereotipos que no le identifican.
Cúcuta soy yo y mi abuelo y las oportunidades y muchas cosas que usted nunca entenderá si la ignorancia no le deja de cubrir los ojos

PD. Me tomó la licencia de reproducir un link a su blog